Como padres, el ver a tu hijo marchar tan lejos y plantearse estar tanto tiempo sin verlo es, sin duda, un momento duro, un trago difícil de digerir. Pensar que lo va a pasar mal, que te pueda necesitar y no vas a estar cerca, que tendrá que buscar otros apoyos diferentes es una experiencia difícil y sin ninguna duda que te hace pensar si merece la pena.
Como padres, el ver a tu hijo marchar tan lejos y plantearse estar tanto tiempo sin verlo es, sin duda, un momento duro, un trago difícil de digerir. Pensar que lo va a pasar mal, que te pueda necesitar y no vas a estar cerca, que tendrá que buscar otros apoyos diferentes es una experiencia difícil y sin ninguna duda que te hace pensar si merece la pena.
Nosotros hemos pasado por ahí y tenemos claro que sí. Y pese a todo lo que cuesta (habitualmente muchísimo más a los padres que a los niños) nosotros los valoramos enormemente.
Primero la capacidad de superación de problemas, la necesidad de “sobrevivir” en territorio hostil sin referencia donde apoyarse. El conocer que depende sólo de él/ella, que su núcleo duro estará siempre ahí, pero que está suficientemente lejos como para que tenga él/ella que dar siempre el primer paso, valorar el resultado, plantear soluciones/alternativas, aprender a quedarse con la opción menos mala. Esto hace madurar a cualquier persona una barbaridad y les da una confianza en sí mismo que es imposible darles en casa. Son ellos, su comportamiento, sus decisiones, sus actitudes lo que de verdad cuenta y además nadie más que ellos van a valorarlo.
Segundo, la capacidad de adaptación a lo diferente. Estados Unidos es un país muy diferente a España (mucho más de lo que pensamos), tienen una forma distinta de entender la vida y las tradiciones, es un país mucho más multicultural y con una ponderación de lo que es correcto o no chocante por momentos. El comprender lo diferente, el aceptarlo, y finalmente el hacerlo tuyo y disfrutarlo como si fuera lo normal, es una experiencia vital difícil de igualar y que, además, tendrá dentro de su cabeza para el resto de su vida.
Tercero, el respeto hacia lo diferente. Particularmente en nuestra hija, compartir clase, aficiones y ser amiga íntima de una musulmana, o de una protestante es algo que es difícil de valorar. El conocer las diferencias culturales y de pensamiento de cada persona y ser capaz de extraer de ello lo mejor para convertirlo en alguien cercano, una amiga, es algo que ella valora muchísimo. Nunca verá mi hija a los musulmanes de la misma forma.
Mi hija Pilar tuvo que pasar momentos duros, pero tenemos claro que nunca cambiaría ese año. Los momentos buenos, su familia americana, sus amigas, superan con creces los malos ratos. Pilar es sin duda, una persona más completa, más rica en experiencias personales, más abierta en todos los sentidos, más independiente, más conocedora de sus propios límites y de hasta dónde puede llegar si se lo propone. Tiene amigos y familia en otro continente para siempre y siente mucho cualquier noticia que viene de América.
Con todo esto sobre la mesa, no dudamos que es una experiencia que queremos que nuestros demás hijos tengan y puedan disfrutar, sabiendo que cada uno traerá una visión diferente de USA, unas experiencias más o menos duras o gratificantes, pero todos a su manera crecerán como personas en positivo.
Nuestro segundo hijo Fernando, está actualmente estudiando en Carolina del Sur y también está viviendo una experiencia muy enriquecedora, pero muy diferente al mismo tiempo. Seguro que cuando vuelva a España sabremos valorar todo aquello que se trae en su mochila vital.
Y todo ello con el bilingüismo en inglés de por medio.
Gonzalo y Pilar, padres de Fernando y Pilar
Año Académico 2016-2017 en Myrtle Beach, Carolina del Sur.